Sólo un invento hubo… el libro

Por Juan José González Mejía

En la película Sideways/ EUA-2004 (en español: Entre copas), dirigida por Alexander Payne, el cuñado de Paul Giamatti dice a éste en un diálogo algo así como: “Para qué leer una novela, una ficción si todo es inventado. Es una pérdida de tiempo”.

¿Qué designio persigue un libro de ficción? Estimular la imaginación, proponer, en términos estéticos, una realidad. O inventar esa realidad. (Recuerdo que el escritor Juan García Ponce planteó en un ensayo una pregunta inquietante: ¿Acaso no será la ficción la única realidad posible?)                                                                                                                                                                                                                                                          Al leer un libro, nos dice José Saramago/ Nobel de Literatura 1998, leemos también al autor. Cierto si consideramos que escribir es un acto de perpetuación, de extensión y de sobrevivencia del hombre mismo. No hay autor que no ponga algo de sí en su escritura.

La literatura no es una casualidad ni snobismo de escolimosos que escriben por status, por llenar la página. Para escribir hay que leer y leer mucho. Para escribir hay que hacerlo desde la herida, internado en la sombra. No hay literatura que haya sido escrita desde la felicidad.

Una obra se construye desde la más honda obsesión. Ernesto Sábato, en su famosa Carta a un Joven Escritor, aconseja escribir sobre lo que nos atrapa desde lo más remoto de nuestro ser, lo que nos obsesiona. La obra clásica que citemos, cualquiera, ha sido urdida desde la raíz del hombre. Escribir es bucear en el alma…

“Sólo un invento hubo… el libro”, rezaba la frase publicitaria de una feria del libro en Xalapa hace algunos años. Y en cierta medida, el legado de Johannes Guttenberg bien puede ser considerado el aporte más importante puesto que a través del libro el hombre prolonga su memoria y la replantea. Conocimiento y evocación, perpetuación de la memoria del hombre.

La ficción permite la entrada de la metáfora, que es la forma artística de la mentira. Toda obra literaria es una falacia, sin embargo, ¿de qué se vale el arte, cuando lo hay, para expresar a la vida real? De los otros habitantes de la verdad, como ha dicho Susan Sontag, es decir, de los sueños.

Una novela invoca la mejor tradición literaria (el arriesgue narrativo, la fractura del tiempo lineal, la alternancia de mundos discursivos y paralelos) y lo más interesante: la ambigüedad. Decir ambigüedad en literatura es referirse a la elucubración de la ficción con su mejor arma: la sugestión. La ambigüedad es la respuesta ante cualquier realismo pedante. Se es ambiguo cuando se sabe del mundo a construir desde nuestra  condición ineludible: seres expandidos en las dos categorías existenciales: el tiempo y el espacio.

La literatura es la salvación del hombre, la respuesta a lo fugaz del tiempo. El libro es la religión del conocimiento. La literatura revela y devela la sinrazón del vivir, la inutilidad del destino y el oprobio de la felicidad…

*Colaboración.