El error de la respuesta correcta

Por Sandra Ortiz y Artemio Ríos*

Esta semana tuvimos la oportunidad de conocer el trabajo que realizan algunas Líderes de Educación Comunitaria (LEC) del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) con niños de tres a cinco años, en el estado de Sonora. Ellas están, como muchos otros LEC en el país, fomentando el Aprendizaje Basado en la Colaboración y el Diálogo (ABCD).

Las LEC han logrado que los niños con los que trabajan, independientemente de su edad, escuchen con atención las preguntas que se les plantean y ofrezcan una respuesta reflexiva. A simple vista, puede parecer un gesto irrelevante, sin embargo, descubrimos su valor cuando ponemos enfrente que, el efecto que ha generado que los maestros pregunten para obtener respuestas correctas de los alumnos es que su reacción ante los cuestionamientos no implica una introspección para analizar los propios pensamientos, sino el rastreo de la memoria en busca de la información solicitada o, inclusive, la respuesta mecánica de cualquier cosa, para salir del paso y no volver a ser cuestionados.

 

Existen ciertas ideas en algunos sectores de nuestra sociedad, que consideran a los niños en edad de asistir al preescolar como personas con pocas capacidades reflexivas y de pensamiento lógico. El trabajo que las LEC han realizado demuestra lo contrario, las respuestas de los niños devienen de un riguroso pensamiento lógico que evalúa todas las posibilidades que encuentran en el contexto de lo que se les pregunta.

 

No es nuestra intención sacar conclusiones sobre nada en particular, sino utilizar el hallazgo para preguntarnos y reflexionar al respecto, ¿por qué en muchas escuelas del País los alumnos no se sienten interpelados personalmente al ofrecer una respuesta?, ¿por qué pierden compromiso con el diálogo?

 

Según pudimos observar en el trabajo de las LEC en Sonora, la respuesta de los alumnos depende de la intención de la pregunta y el efecto que la respuesta genera en el maestro. Cuando las LEC preguntaban a los alumnos no esperaban una respuesta estándar, no había respuestas correctas únicas; ellas preguntaban con el interés de conocer qué pensaban los niños y cómo estaban representando una situación planteada, por ejemplo, ¿qué pasa si no lavas tus manos? Los niños se comprometían con la respuesta, pues sabían que su maestra los escuchaba con atención y nunca calificarían la respuesta como incorrecta; si la respuesta era limitada y no consideraba algún elemento de la situación, ellas formularían nuevas preguntas para agregar información o para replantear alguna que no hubiese sido comprendida por el niño, como lo han aprendido en el ABCD.

 

Tradicionalmente los maestros formulamos preguntas que no imaginamos con más de una posible respuesta, preguntamos para poder decir luego “sí”, “no”, “correcto”, “incorrecto”. Nos sentimos satisfechos si lo alumnos responden “bien”, no importa si la pregunta fue relevante o no para el alumno, o si para emitirla uso algo más que la memoria.

 

Las LEC en Sonora tienen grupos de seis, catorce o veinte alumnos que van de los tres a los cinco años, aún los más pequeños superaron la timidez natural de la edad o del entorno, y están habituados a entablar diálogos y a ofrecer respuestas serias a las preguntas que se les plantean. Es un logro que nos da ejemplo de que, quizá, son posibles otras formas de ser maestro y ser alumno, son posibles otras formas de relacionarnos, es posible escucharnos y decirnos también en el salón de clases.