Sólo para mis ojos

René Sánchez García.

Fue un sábado por la tarde cuando me visitó, aquí en casa, mi amigo Armando. Lo anterior con el fin de ofrecerme libros  e  enciclopedias. Después de saludarlo, me mostró una infinidad de catálogos de obras sobre literatura, arte, educación, psicología, religión y hasta de cocina fácil.

 En esta ocasión no me agradaron los títulos, los temas y los autores. Por ello, le sugerí que para su próxima visita me consiguiera bibliografía sobre historia del cine mexicano, o bien, algo de fotografía para principiantes. Mientras mi amigo guardaba en su maleta todos los materiales que me mostró, sacó un paquete envuelto en papel manila, amarrado con un delgado cordel, asunto que llamó mucho mi atención.

De forma instantánea y antes de que él  volviera a colocarlo dentro de su maletín, mi curiosidad me llevó a preguntarle:

 – ¿Qué traes allí, Armando?

– ¡Ah, es el primer tomo de una enciclopedia! es para una profesora que vive en la colonia Emiliano Zapata-, me contestó.

– ¿Sobre que trata? ,- le mencioné.

– No sé bien, pero si gusta se lo muestro.- dijo él.

 Cuando tuve en mis manos ese tomo comprobé que era parte de una vieja enciclopedia. Debía tener unas 150 páginas amarillentas y maltratadas por el tiempo y el uso. Me gustó su encuadernación clásica con lomos y esquineros en piel. Al hojearlo noté que su tinta era de color café y que al inicio de cada tema había una letra grande griega capitular, así como algunas imágenes o dibujos antiguos hechos a mano. Leí las dos páginas iniciales y pude comprobar que trataba de narraciones personales sobre la vida de un docente europeo, allá por finales del siglo XIX.

Vi el reloj y  la cara impaciente de Armando y supe que era el momento de entregarle dicho tomo para que este hombre siguiera su camino. Fue en ese momento cuando le expresé:

 –       ¿Oye amigo, por que  no me lo presta este fin de semana y te lo devuelvo el lunes? Se me hace bastante interesante el libro, – le comenté.

–       ¡Claro profe se lo dejo! pero cuídemelo mucho- sugirió.

 Después de despedirlo, me senté cómodamente en mí sillón y proseguí la lectura de ese libro, pues la verdad sea dicha, me atrapó, como cuando leo algunas buena obras literarias de suspenso.

Mientras proseguía la lectura, recordé que mi ahijada Flor, que estudia en la Universidad, me había preguntado hace unos días sobre las escuelas lancasterinas en el viejo continente. La localicé por teléfono y le mencioné sobre el libro que me habían prestado y que se lo mandaría más al rato para que lo revisara y que muy probablemente allí encontraría algo de información para su trabajo de investigación. Así lo hice y se lo envié esa misma noche, no sin antes decirle que lo cuidara demasiado.

El domingo por la mañana me despertó el sonido del teléfono. Era Flor, quien con voz algo extraña me dijo:

–       “Hola padrino, buenos días. Fíjate que te equivocaste de libro, pues el que mandaste ayer sólo habla de lo que sucedió en la segunda guerra mundial, pero en ningún lado menciona algo sobre la enseñaza de las escuelas lancasterianas” – me expresó-.

–       ¡No puede ser, mándamelo de inmediato, te aseguro que si encontraré eso que buscas!-, advertí.

 Al recibir de nuevo dicho libro, lo primero que hice fue revisarlo y pude constatar que ella estaba equivocada, pues ese viejo tomo si hablaba de la educación en aquellos tiempos. Como era momento de comer, lo puse en la mesita que está lado del sofá de mi esposa.  Terminando sentí sueño y me dirigí a mi cuarto a gozar de una buena siesta.

 Una hora después, al llegar de  nuevo a la sala, me encontré con mi esposa, quien ese momento veía un programa de televisión. Pasados unos minutos ella dijo:

 –       ¡Oye, qué hermoso está el libro que te dejó Armando! Hace un rato lo estuve viendo y me pareció muy interesante. Me gusto mucho esa parte donde habla de las costumbres y ritos que prevalecen en algunos grupos indígenas de África! La lectura me hizo recordar las clases que llevé en la facultad de Antropología. ¿Recuerdas al maestro ¨Paquito Córdoba¨ y sus historias? -, expresó.

 Al escuchar lo anterior sentí como la piel de mis brazos se pusieron como de “carne de gallina”. ¡No lo podía creer, era ya la segunda persona en ese mismo día que me daba una versión distinta del contenido de ese tomo!

 Tenia que comprobar de inmediato si todo eso era verdad. Cuando me disponía a hacerlo llamaron a la puerta. Me levanté,  camine y abrí. Era mi hijo quien nos venia a visitar junto con su esposa. Cuando noté que mi hijo Amaury se sentaba tranquilo a un lado de su madre, le dije:

 –       ¿Oye hijo, hazme un favor?

–       Si papá dime, -contestó-.

–       ¡Toma ese viejo libro y mencióname autores, fecha de edición, número de páginas para saber de su contenido, no tengo mis anteojos y se me dificulta leerlo- le expresé.

–       Si pa, -me contestó-.

 Unos minutos después, mi hijo contestaba:

 –       “Armando Bartra, Rosario Cobo, Miguel Meza, Lorena Paz Paredes, Víctor M. Quintana S. y Lourdes Rudiño, son los autores del libro.

–        Haciendo Milpa: diversificar y especializar, estrategias de organizaciones campesinas, es el titulo que tiene.

–        Del Instituto de Estudios para el Desarrollo Rural Maya A.C., del año de 2014, hecho aquí en México, en su primera edición”.

 Juro que quedé helado cuando escuché todo aquello. Me levanté de mi lugar, recogí el libro, lo volví a envolver y a atar con su cintillo de ixtle y me dirigí al cuarto donde todos guardábamos triques viejos y deposité aquel libro dentro del baúl, poniéndole llave.

 El lunes desperté y lo primero que hice fue recordar todo lo sucedido con el libro y deduje: yo fui maestro, a Flor le encanta la historia, mi esposa estudió antropología y mi hijo es agrónomo. El libro le da a cada lector sólo lo que le interesa saber. ¡No creo que exista otra  mejor explicación!

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