La luz que se apaga

Por Mireya Hernández Hernández*

 

Miraba atentamente su reloj, era el verano de 1997 y su boda iba a realizarse en dos días. –Qué haré—dijo la muchacha. –Me falta todo incluso alegría—. No sabía si casarse era lo que deseaba, cuando Andrés la pidió en matrimonio era la mujer más feliz de la tierra, y ahora, a unos pasos de conseguir su sueño se sentía insegura, sabía que amaba a aquel hombre, pero algo le faltaba. Posó su mirada en aquel vestido reluciente que la miraba burlón a los pies de la cama. –No entiendo porque no quiero casarme— dijo ella. –Andrés me ama y yo… ¿Qué es lo que quiero yo? ¿Me veo casada y con hijos? ¡No!— gritó desesperada— ¡Yo quiero ser una mujer libre! Amo a Andrés pero, no va a aceptar que solo vivamos juntos y sin hijos, es su sueño y yo no se lo puedo interrumpir, ¡ya sé lo que voy a hacer!—se levantó de la cama y miró el vestido retadora y le dijo—me iré de aquí sin avisarle a nadie, estoy segura que Andrés me entenderá, es un gran hombre. Tiró el vestido al suelo y salió corriendo con lo único que tenía puesto y se despidió de aquella vida que la asfixiaba. Y ahora, 20 años después sentía que la vida carecía de importancia, tenía 45 años, había pasado su vida molesta con todo el que se le acercaba, los hombres que en algún momento la quisieron conquistar los apartaba con su mal humor. Nunca tuvo hijos, su casa estaba vacía, tenía 5 años que sus padres habían muerto de un infarto cuando se enteraron que ella se tiró del balcón y que no sabían si iba a despertar. Estaba completamente sola, y sentada frente al espejo miraba a una mujer devastada y consumida por los años. En su regazo tenía una carta que le había enviado Andrés, le decía que estaba casado y con tres hijos, la mayor se llamaba Natalia y tenía once años, la había esperado 5 y se había cansado, primero pensó que algo le había pasado y la buscó hasta por debajo de las piedras, hasta que un día un amigo suyo le dijo que la había visto en perfectas condiciones, fue entonces cuando se dio cuenta que lo había abandonado. Con un grito de desesperación rompió la carta y lloró desconsoladamente, cuando se calmó observó su habitación vacía, solamente tenía una cama, una mesita de noche con una lámpara inservible, ni siquiera se había dado cuenta de eso, ni tampoco que la cocina estaba vacía, tenía dos días sin comer y uno sin dormir, deseaba tener un minuto de paz y ser feliz, al parecer la felicidad no estaba hecha para una mujer tan inmadura como ella, había dejado su vida perfecta por un impulso, y ahora le estaba costando muy caro. Se recostó en la cama exhausta, hizo un recuento de su vida y se dio cuenta que realmente no había hecho nada, los días pasaban como si no les importara que los cubriera la noche, entonces pensó que a nadie le importaba, sus vecinos sabían de ella por las pocas veces que salía a comprar para su comida, que últimamente era menos frecuente, así que se dijo que si moría nadie se daría cuenta, era un fantasma para el mundo entero, y un ser humano para ese mundo que no fue hecho para ella no significaba nada, así que serró poco a poco sus ojos deseando que no se abrieran nunca más. Y efectivamente, a dos días de su muerte sus vecinos siguen con su vida y ella se ha apagado para siempre. Parece que viene alguien, quiere saber qué opina ella de su carta, apenas dio con su dirección y está tocando en este momento la puerta, además de verla después de 20 años tiene algo muy importante que decirle, lo de la carta era solo un pretexto, consigo trae su corazón rendido ante ella, se dio cuenta que nunca la dejó de amar y va a declararle su amor como tantos años atrás, desde luego que su esposa no lo tomó nada bien, pero su amor era más fuerte que todo. Ya tiró la puerta al ver que nadie le contestaba, está caminando hacia la habitación, la puerta no está cerrada y la está abriendo para encontrarse nuevamente con el amor. Un cuerpo frío y sin vida le dio la bienvenida, unos ojos mirando al vacío lo contemplaron como si no existiera, ambos habían perdido su tiempo y se dieron cuenta demasiado tarde. Si ella hubiese visto a Andrés sentado a su lado con las lágrimas rodando por sus mejillas se habría levantado llena de alegría y lo habría rodeado con sus brazos para nunca soltarlo, pero sus brazos jamás se levantarían de la cama por si solos. Andrés se ha levantado de la silla en la que estuvo sentado por dos largas horas deseando que lo que estaba viendo fuera una pesadilla. Resolvió hacer los trámites correspondientes y regresar a su antigua vida, sabía que a su esposa ya la había perdido por lo que hizo, pero vería a sus hijos algunas veces y así seguiría su vida hasta que su alma se alejara de su cuerpo y viajara a un mundo desconocido. No dejes que un impulso cambie el transcurso de tu vida, porque el resultado te puede costar muy caro.

 

Fin.

*Colaboración.