Cultura cívica y participación ciudadana: ¿una tarea extra del INE?

Por Víctor Hugo Gaytán Martínez*

 

La ciudadanía mexicana nota el “déficit democrático” que se padece en el país; no hace falta ser experto o el más estudioso sobre la materia. Sea porque la misma ciudadanía no se suma, sea porque sus instituciones no dan “el ancho” respecto a lo que tienen que aportar, no se da lo que se viene discutiendo desde hace varios años: hay elementos que ajustar todavía en nuestro anhelo democrático.

Una de las soluciones que surge sobre la marcha es, primero, que la participación ciudadana es necesaria; y otra, que debe haber un proyecto o plan por el cual se pueda fomentar, reforzar o por lo menos motivar tal participación. Esta tarea, que también ya debería ser sabida por la mayoría, ha quedado encargada principalmente a dos instituciones del país: el INE (antes IFE) -por medio de sus programas, proyectos y estrategias de formación ciudadana- y las escuelas -por medio de sus planes y programas de estudio que, en la educación obligatoria, incluyen materias como la de Formación Cívica y Ética-. Sin embargo, ¿es el INE una de las instancias más conveniente para la formación ciudadana de los mexicanos?

Esta pregunta surge porque el INE ha sido no sólo el instituto que se encarga de observar y conducir las elecciones del país, sino porque a partir de “grandes estrategias” de formación ciudadana como la última Estrategia Nacional sobre Cultura Cívica 2017-2023, ENCCIVICA, tiene la tarea de promover relativa formación. La pregunta también se motiva en la tendencia que se observa (si se pone atención a las líneas de acción de la Estrategia) a generar confianza en las elecciones y los partidos políticos.

Con esto no digo que toda su actividad esté equivocada (ni que la política que hayan impulsado no convenga, pues en su elaboración participaron investigadores de renombre que saben muy bien del tema), pero preocupa que una estrategia busque generar, de forma principal, confianza hacia las instituciones, y que no se concentre en la formación de una ciudadanía “verdaderamente” política. En otras palabras, preocupa que se quiera confundir una cultura cívica democrática con la formación de una ciudadanía que confíe más en sus instituciones para que así ejerza su derecho al voto, como si éste fuera el único derecho, que proporcionarle herramientas y los mecanismos para la participación en otros espacios políticos y sociales.

Tampoco se trata de minimizar el trabajo que ha venido haciendo el INE a lo largo de ya casi tres décadas, pero inquieta que este instituto se encargue de una tarea tan amplia como la educación ciudadana, pensando que fijar la atención en el/los proceso(s) electorales son también amplios y complejos como se está viendo actualmente.

Ante esto, hay que buscar alternativas que vayan más allá de una cultura cívica para la participación electoral; habría que pensar, por ejemplo, en alguna institución o instituciones que sean el punto de lance de estrategias y que trabajen de modo independiente, esto es, que pongan como punto central la ciudadanía y no al sector privado y a los partidos políticos.

Los partidos políticos tienen un lugar indispensable en la formación de ciudadanos, por supuesto, y como ha dicho Enrique Dussel, ellos tendrían que ser las principales escuelas de formación política. Sin embargo, no son los únicos ni todos los actores de la democracia. Para ello, habría que pensar en nuevas instituciones -por qué no- más independientes que el INE, que se dediquen exclusivamente a lo político y que no se dejen llevar por la corriente del sesgo electoral que naturalmente tiene tal institución.)

¿Acaso pensaríamos en un “Instituto de Participación Ciudadana” o en uno “de Cultura Cívica y Democrático”, por mencionar ejemplos? Puede ser cualquier nombre; es lo de menos. Lo que importa es la esencial solución o la alternativa. Aquí la visión es importante: como lo dice Slavoj Zizek en alguno de sus escritos, habría que pensar en la democracia como la institución para resolver un problema concerniente a la libertad y la igualdad -social y política-. Y, para hacerlo, es necesaria una mirada crítica, mucho más crítica que la dispuesta por el INE, porque, como es lógico, éste no se puede salir de lo que es “políticamente correcto”, de lo bien visto por la ideología o sistema político dominante, o de lo que le corresponde como institución electoral.

La terea es de todos y todas, démoslo por hecho. La educación política es un proceso y un proyecto social. Y mientras esto sea así, nadie debe ignorar el problema, menos cuando la debilidad democrática en el país es evidente y la sociedad civil la padece por igual.

  • Estudiante de Maestría en Ciencias Sociales para el Diseño de Políticas Públicas, UACJ