Cuando todos somos Duarte

Por Heriberto G. Contreras Garibay*

“Equipo, equipo, equipo”. Durante al menos los últimos 15 años he escuchado una y otra vez en diferentes mítines, reuniones, inauguraciones, inicios de cursos, reparto de “apoyos”, en fin, decenas de encuentros de diversos grupos sociales con políticos, funcionarios o mandatarios, ese cántico tan peculiar.

Desafortunadamente en donde se mostró más evidente fue en las reuniones del ámbito educativo. Al menos en sus reuniones sindicales, pero siempre levantando el brazo, como una sola voz el canto de “equipo, equipo, equipo” ha sonado. Insisto, desde Las Choapas hasta Pánuco, pasando por Tierra Blanca, Córdoba, Xalapa, Poza Rica, siempre esa “emoción” termina por brotar en alguno de los momentos.

Un equipo es un grupo de personas que se une para realizar una actividad en común, según la propia Academia de la Lengua Española. Derivado de esto, entiendo entonces que esos grupos de personas –asumamos que para este caso en particular no fueron profesores o trabajadores de la educación- se reunían para validar, -situémoslos en los últimos seis años- el “trabajo” de esos a quienes vitoreaban y lanzaban su canto de “equipo”. Incluso podríamos asumir bajo esa premisa, que se reunían para “trabajar con ellos”.

Hoy, 70 meses después, en que el Estado de Veracruz vive una crisis económica, de seguridad, de inestabilidad social, en el que han muerto más personas, o al menos ahora se sabe más que nunca; en donde se han violentado toda clase de garantías individuales de los ciudadanos, vemos con preocupación y hasta tristeza lo que le pasa a nuestro estado. Pero analicemos diversas aristas.

Como consigna se escucha “que regrese Duarte lo que se llevó”; “cárcel a Duarte”; “que nos paguen”. Lo cierto es que se estima que hay unos 5 mil trabajadores, no nada más de la educación, sino de diversas dependencias del gobierno e incluso descentralizados, jubilados, por citar los más recurrentes, a quienes se les deben salarios (un derecho) no de hoy, sino de meses.

Sin embargo, hace unos días les compartía que esto no es de culpas, sino de responsabilidades; la culpa es muy sencilla adjudicársela a alguien, la responsabilidad nos cuesta de sobremanera asumirla, y eso es precisamente lo que tiene ahogado a Veracruz y a buena parte del país.

Construyamos un escenario paralelo par poder desde otra perspectiva, ver como si estuviésemos fuera de lo que actualmente sucede.

Un persona común, un ciudadano como usted, como yo, como miles que vivimos a diario, en nuestra etapa temprana, asumiendo que tuvo la oportunidad de ir a la preparatoria, posteriormente a la universidad y obtener un título, llegó a esa instancia “negociando” su ascenso y curso de materias.

 ¿A qué me refiero? “Ande profe, son sólo dos décimas no sea malito, páseme”; “no traje la tarea porque tuve un problema familiar”; “ay, por 10 minutos se pone así”. Al final, si sumamos ese número de “excepciones”, probablemente se obtuvo una calificación, un título incluso, pero en el momento de la praxis, en lo que me gusta llamar, la realidad real, no somos buenos, o no dominamos realmente nada de manera contundente, no somos competitivos.

En ese mismo escenario paralelo, el siguiente paso es “buscar un trabajito”, que “alguien nos de chamba”. Hay quien la busca vía las instituciones a través de diversos mecanismos, otros más buscan cargarle esa responsabilidad a otras instancias como la iniciativa privada. Pero como en esa realidad real no somos competitivos o no dominamos una técnica, la que sea que diga ese título,  el común termina por someterse a “lo que le ofrezcan”.

Así, hay quienes efectivamente, sin saber siquiera donde está Ilamatlán o Uxpanapan por ejemplo; sin conocer las capitales de los países del mundo, sin conocer a detalle la Ley Federal de Educación; sin saber lo que es el INEE; sin tener clara la diferencia entre haya, halla y allá; sin poder obtener una raíz cuadrada con papel y lápiz; sin dejar de decir habemos; sin saber utilizar las redes sociales para generar y distribuir conocimiento y sólo dar “me gusta”; y así podríamos sumar decenas de “sin”, encuentran el camino más sencillo para su interés personal, “sumarse a equipos”.

Pero el tema no queda ahí; este ciudadano probablemente solucionó momentáneamente su necesidad, pero al aceptar los términos de ese contrato a pesar de que es consciente de sus limitaciones, firma una especie de pacto con el Diablo. Primero continúa con esa cultura de las décimas extras, de excusar a los pobrecitos porque diez minutos no son nada; de solapar los problemas familiares, y reproduce esa cadena que sólo nos aporta más falta de competitividad, la cual siempre nos rebotará, tarde o temprano.

Segundo, y lo más macabro de esta historia; se vuelven esclavos de los dueños del sistema. Al asumir que al menos por capacidad académica, de conocimientos y de competencias no se tiene lo que se ostenta, no queda más remedio que someterse a la estructura del “equipo”; todo se reduce a reuniones, juntas y obligaciones de apoyo a una especie de tlatoani o deidad, a quien no se le puede objetar nada, es más, se le debe obedecer. Al final parece una derivación del síndrome de Estocolmo, en donde la víctima acaba por admirar y hasta justificar a su captor. Aquí, a pesar de no estar de acuerdo en los procesos y procedimientos, los sujetos terminan por representar y hasta enorgullecerse por momentos a través de fotografías, videos, como si se tratara de Rockstars, pero en estos escenarios de la política barata.

Así, unos cuantos “subs” (secretarios, directores, jefes de áreas, delegados o el cargo que a usted más le guste) disponen a discreción de plazas, recursos, horas, bonos, prebendas, y no son para “el equipo”, sino para sus familiares y allegados para garantizar la permanencia y el control.

Pero como en la Divina Comedia de Dante Alighieri, siempre hay un infierno, en donde, como relaté líneas arriba, la falta de competitividad nos rebota. De pronto, los dueños de la verdad, aquellos que se han valido de “las bases” para mantenerse en lo alto y disfrutar de las delicias del poder, terminan con los recursos disponibles del ecosistema porque se los han llevado todos; deja de haber agua, alimentos, seguridad para miles –quienes son parte del equipo claro está- y no hay forma de abastecerles.

Pero como al inicio, se aceptó cambiar la falta de competitividad por servilismo, y se estuvo de acuerdo jugar el juego del “equipo”, hoy, miles de esos miembros del equipo dejan de serlo, y no tienen argumentos, es más, algo con qué detener las decisiones que se toman, incluidos los recursos para liquidar sus salarios. Por eso prestarse y jugar este juego siempre será como escupir para arriba, tarde o temprano nos va a caer.

Ah claro, de inmediato viene la réplica. “Todo es culpa del gobierno”. ”Tu hablas así porque no te han dejado de pagar”; porque “así nos enseñaron desde pequeños”. “Así es México y no se puede cambiar”.  Pretextos, es decir, culpas siempre van a aparecer miles. Responsabilidades y asumirlas lo menos, pero reitero, en ese mundo paralelo que hemos construido para analizar lo que está pasando, esa es la constante.

De regreso a nuestra realidad, nos creemos muy políticos porque podemos insultar en redes a los servidores, que no funcionarios; preferimos pelearnos entre nosotros por pequeñas tonterías, que asumir el reto de conformar verdaderos frentes estratégicos y crear soluciones; tomamos partido por determinados colores, cuando en realidad detrás de las tres pistas del circo, bajo el telón todos los “actores” comparten hasta el plato. Preferimos fastidiar el tránsito por nuestras ciudades de los ciudadanos como nosotros, tapando calles, cuando quienes tienen la responsabilidad real se pitorrean de todo ese show que no contribuye en nada.

Pero insisto una vez más, cuando aceptamos esos diez minutos de tolerancia, esas décimas de más para obtener u otorgar una calificación, o la excusa del problemita familiar, pero en el fondo sabemos que no es correcto, firmamos nuestra sentencia y conferimos nuestra responsabilidad a alguien más. En el beisbol eso es como una base por bolas, ante eso no hay defensa alguna. Y ese es sólo un fragmento de lo que pasa, por ejemplo en el rubro educativo, pero en prácticamente todos los sectores de la administración pública es igual.

Y entonces, las leyes las interpretan como cada quien quiere y para conveniencia de aquellos a quienes se les ha dado el poder. Por eso no nos debe de asombrar que haya decenas de Duartes; decenas de funcionarios que tienen a decenas de familiares y amigos en las nóminas que hoy no alcanzan para cubrirse.  Nosotros se los permitimos, y si seguimos jugando “al equipo” cada vez será más común ver estas situaciones. Preferimos que nos avienten las sobras de sus platos pero “segura”, en lugar de aspirar a una pieza completa, pero bien ganada. 

Si no dejamos de tapar calles y nos ponemos a trabajar en asumir nuestras responsabilidades, insisto no en hacer terapia de nalga varias horas en la oficina, que no es lo mismo que trabajar de manera real con conocimiento en mano de una función en específico; si seguimos solicitando “chambitas de lo que sea” con tal de que nos paguen un salario para medio ir viviendo; si no asumimos nuestra responsabilidad con lo que nos toca a cada quien hacer, alguien más va a decidir por nosotros y no vamos a poder combatirles con nada.

¿No se sorprende ante tal pasividad? ¿En verdad cree que estas personas están preocupados por usted? ¿En serio los ve trabajando por el futuro de los hijos y de la familia de usted? Si aún así les cree, usted es un cómplice de lo que está pasando, es un Duarte.

Si en verdad se preocupa por los suyos, comience por capacitarse en lo que realmente usted hace; por enseñar a los suyos la cultura del esfuerzo basado en el conocimiento; en erradicar esas negociaciones de los diez minutos, las décimas de punto o las excusas en todos los ámbitos. Si cree que Finlandia, Islandia, Inglaterra, que hoy están tan de moda por sus renombrados sistemas educativos, de salud, social y económicos son de lo mejor, no hay ningún secreto, sus ciudadanos asumieron sus responsabilidades y las practican, pero sobre todo, ante eso no hay poder político que pueda corromperlos, como hemos permitido que los Duartes lo hagan con nosotros.

 *Colaborador. 

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