Dialéctica de mujer y ciencia

ANA MARÍA CETTO. 

La dialéctica es un método para resolver el desacuerdo, desde el ángulo del debate racional y el análisis, la interacción constructiva e, incluso, la deconstrucción.

En diferentes épocas de la historia, ciertas acciones específicas han impactado de manera impresionante la incorporación de la mujer en un área de actividad. Hay algunos ejemplos exitosos —desafortunadamente sólo unos cuantos— de este fenómeno. Quisiera referirme a uno en particular, por su cercanía: el cambio significativo que se dio en la composición de género entre los maestros de escuela primaria en la Ciudad de México, de fines del siglo XIX a principios del XX. En el transcurso de escasas tres décadas, la participación de mujeres ascendió de 57% a 77%. Dos factores parecen haber contribuido a este cambio, según un estudio reciente:1 por un lado, la escuela primaria abrió sus puertas a las niñas, lo que condujo a la creación de un buen número de nuevos empleos. Por otro lado, había un desinterés de los hombres por asistir a la Escuela Normal (considerada una suerte de escuela sub profesional) y graduarse como maestros.

Una cuestión muy debatida en la época era si las mujeres serían del todo capaces de enseñar ciencia, dado su intelecto inferior, de acuerdo con la firme creencia de muchos (y muchas). Esta convicción, compartida también por numerosos intelectuales y líderes de opinión, era producto, en buena medida, de la influencia de la obra de dos reconocidos científicos alemanes. Uno de ellos fue el prolífico neurólogo Paul Julius Möbius, autor del famoso (aunque infame) panfleto titulado “Sobre la idiotez fisiológica de las mujeres”.2 No menos influyente fue el distinguido biólogo Theodor Ludwig Wilhelm von Bischoff, quien argumentaba que la inferioridad de las mujeres se debe al hecho de que su cerebro pesa menos que el de los hombres. De gran impacto fue también la obra del psicólogo austriaco Otto Weininger (no mencionado en el estudio referido),3 para quien el atributo de genio era equiparable a la componente masculina de cada ser humano, lo cual lo llevó a concluir que mujeres y judíos jamás podrían llegar a ser genios.

Más allá de que las mujeres fueran consideradas incapaces de enseñar ciencia, por una suerte de determinismo biológico, la ciencia misma era considerada nociva para las niñas, dado que las desviaba de su destino natural, que era el de ser buenas esposas y madres. Existía la opinión ampliamente extendida de que la ciencia corrompería a las mujeres y les impediría desempeñar su rol esencial como guardianas del santuario doméstico. Naturalmente, no tardó en organizarse una red de maestras feministas, quienes lucharon activamente no sólo por la igualdad de derechos civiles y laborales, sino también por la enseñanza de la ciencia en las escuelas, bajo el argumento de que “no hay disciplina que no pueda ser aprendida por las niñas, y no hay disciplina que las maestras no puedan enseñar”. (Ciencia y desarrollo)