Control del grupo o pactos de convivencia y aprendizaje

Por Sandra Ortiz y Artemio Ríos*

¿Qué hay más allá del premio o del castigo dentro de las aulas y las escuelas? Frente al cierre del ciclo escolar y las semanas que se suceden luego de que los maestros han entregado –apremiados por las necesidades administrativas de las supervisiones– las últimas evaluaciones y las boletas con todas las calificaciones; podemos escuchar de parte de los padres de familia o de los alumnos, que en la escuela “ya no hacen nada”, “ya no aprenden nada”.

 

El tiempo que viene después de la última evaluación parece un tiempo que ya no es productivo en términos de aprendizaje y enseñanza, algunos maestros lo utilizan para hacer “repasos” o para preparar el baile de la generación que culmina el nivel, preparar el acto de graduación. Junto con ello, viene el tiempo en que la calificación ya no es argumento para presionar a los alumnos para hacer nada. Acostumbrados a la vigilancia y no a la autorregulación, los muchachos se salen de control.

Para muchas escuelas es un tiempo de gran desorden y caos, ya sea porque los maestros han abandonado el afán de “fiscalizar” a los alumnos o, bien, porque sus llamados ya no son atendidos por los niños o jóvenes. Aunque para muchos pueda ser difícil de concebir, también hay maestros y escuelas que aprovechan hasta el último día y deben recordar a los papás que el ciclo aún no se termina, que no dejen de enviar a sus hijos. También hay escuelas en donde, aunque el trabajo académico se desdibuje en las últimas semanas, se organizan actividades culturales y deportivas que alimentan la formación de los alumnos. Sin embargo, algunas escuelas urbanas con alta matrícula, llegan a sortear días para que los muchachos no vayan a la escuela, para evitar el desorden (recordemos el reciente y sonado caso del la EST 3 de Xalapa).

 

En algún sentido podemos decir que, el cierre del ciclo escolar es un buen “termómetro” sobre cómo se concibe el trabajo educativo por la institución escolar y qué pactos se han establecido con los alumnos, con respecto a su escucha y trato para los demás, sean ellos maestros, autoridades o compañeros.

 

Para los que frecuentemente trabajamos dentro de las escuelas o nos relacionamos con maestros de educación básica, es común escuchar que un aspecto importante que todo docente debe saber llevar es “el control del grupo”.  Desde esta concepción, la disciplina que los alumnos requieren desarrollar es la del silencio y la inmovilidad, como factor necesario para que el maestro pueda realizar su trabajo, es decir, hacer largas exposiciones y dar indicaciones de lo que se debe hacer.

 

La disciplina en la escuela tradicional no tiene que ver con construir pactos necesarios para la convivencia y el aprendizaje. Nadie en sano juicio podría afirmar que un grupo de niños corriendo y gritando todo el tiempo está en condiciones de aprender, pero ahora sabemos que ningún niño callado e inmóvil aprenderá más o mejor que uno que habla, pregunta, se ríe, camina o se pone cómodo en su silla y actúa con seguridad y autonomía.

Aprender a tomar turnos para hablar es central para todos, pues escuchar la palabra de otro requiere que hagamos silencio de la nuestra, esto aplica para los alumnos, pero también para los docentes. Sentarnos para tomar notas, no comer mientras escribimos para no ensuciar nuestros instrumentos de estudio… en fin, hay ciertos gestos o comportamientos que debemos seguir para estar en condiciones de aprender. Pero ello es distinto de pretender que los alumnos estén en silencio permanente, que no se levanten, rían o hagan bromas. El proyecto de español, al inicio de curso, para elaborar el reglamento del salón, no debería tener implicaciones draconianas con severas obligaciones solamente para los alumnos, sino que debería ser un momento de reflexión sobre la elaboración de leyes y reglamentos, del porqué es necesario definir por escrito ciertas regulaciones, a qué conveniencias colectivas responde una normatividad, cómo lograr consensos que nos incluya a todos, cómo encontrar equilibrio entre la obligación y los derechos.

 

Generalmente, quienes pretenden que el control per se sea lo que prevalezca en su aula deben usar una dosis alta de autoritarismo y violencia; evidentemente no nos referimos a una violencia física, sino a una violencia administrativa y verbal, simbólica. Aquí entran las presiones con respecto a la calificación y el juego de subir o bajar puntos como premio o castigo a la conducta. En esas circunstancias, la calificación no responde a la evaluación del aprendizaje, sino al control que se logró de la conducta del niño o joven. Aunado a lo anterior, hemos visitado escuelas donde la descalificación permanente del alumno es muy común. Así, la amenaza de llamar a sus tutores o no entregar cartas de buena conducta se vuelven actos punitivos externos poco funcionales, cuando es necesario apelar a la motivación intrínseca de los chicos.

 

La escucha y atención de los niños y jóvenes se obtiene como resultado de una relación cotidiana basada en el respeto, en la escucha y en la atención mutua. Los alumnos entienden muy bien cuando los docentes están genuinamente interesados en ellos; no necesitan hacerlo explícito, pero suelen ser buenos cómplices del trabajo de aquellos maestros que se preocupan por ellos. El boicot de los alumnos al trabajo del maestro aparece cuando, antes, ellos han sentido que su deseo y su libertad han sido boicoteados sistemáticamente.

 

Ojalá que en el siguiente Consejo Técnico los maestros nos propongamos leer la conducta de los alumnos como un efecto de lo que nosotros somos capaces de pactar con ellos. Ojalá que seamos capaces de leer lo que sucede en las últimas semanas del ciclo escolar, como un espejo de lo que estamos propiciando el resto del año. Ojalá que no se culpabilice más a los chicos por ser de una generación que no comprendemos. Claro, también hay colectivos escolares que logran generar consensos, con los muchachos, que son fácilmente visibles para quien se acerca a las escuelas en la etapa del fin de cursos. Entendemos que habrá perspectivas diferentes a lo que estamos planteando, incluso matices necesarios. Ésta es la percepción a partir de nuestra experiencia.