A propósito de los sindicatos y la política

Por Sandra Ortiz Martínez y Artemio Ríos Rivera*

 

Después de la Revolución Industrial y de los voraces procesos de acumulación originaria de capital basada en la sobreexplotación del trabajo asalariado, los trabajadores tuvieron que organizarse para poder resistir el avasallamiento del dinero y el poder que los sumían en la más deplorable pobreza.

Para crear contrapesos, o cambiar las condiciones de vida de la mayoría de las gentes, éstas empezaron a participar en movimientos espontáneos, organizarse en pequeños clubes que fueron dando vida a movimientos como el ludismo,  que se proponía destruir las máquinas que esclavizaban al trabajador y, paradójicamente, lo sustituían en el proceso productivo dejándolo sin empleo y en la miseria.

Más adelante surgió el cartismo, se pasó del fetiche ludista a la demanda política, basado en el enarbolamiento, en Reino Unido, de una Carta del Pueblo demandando situaciones democráticas básicas como el sufragio universal y secreto, así como la posibilidad de participación de los trabajadores en el parlamento entre otras cosas. Esto parece de justicia básica y una vía para la equidad social.

En este orden de acontecimientos fueron formándose los sindicatos como instrumentos de los trabajadores para agruparse, acumular fuerza e ir ganando mejoras en las condiciones de vida y de trabajo. Se enfrentaron al capital y al Estado. Después, éste último los fue “representando” también para “canalizar” pacíficamente sus demandas.

El sindicato como instrumento de defensa y promoción de los intereses laborales de los trabajadores parece ser una agencia muy loable, noble, necesaria estructuralmente. Encontraron, los sindicatos, en la movilización social una herramienta poderosa para poder negociar con el patrón y el Estado a lo largo de la historia. Pero nada existe sin la contradicción interna y las tensiones externas.

Por un lado el “estado de derecho” tuvo que regular las relaciones con los trabajadores y sus organizaciones “legislando” sobre las armas de lucha: la huelga, la asociación, paros, mítines, bloqueos, coaliciones por sectores de la economía, regionales o nacionales.

Por otro lado, las dirigencias desnaturalizaron la lucha sindical, se fueron convirtiendo en camarillas mafiosas. Así como hoy nos hablan de los “profesionales” de la política, que son los que tienen “experiencia” para administrar la cosa pública y por eso son los visibles y elegibles, por lo que es lo más prudente elegirlos a ellos o reelegirlos por encima de cualquier desconocido hijo de vecino. Así se formó una burocracia parasitaria en los sindicatos que ha extirpado la naturaleza del sindicalismo para convertirlos en instrumentos de la política electoral en la peor de las acepciones. Para convertirlos en agencias clientelares de pequeños grupos desclasados. Algunos vivales aspiran a emularlos y ser sus herederos.

Por eso muchos trabajadores de diferentes sectores productivos o de servicios han dejado de creer en los sindicatos o, los vivos, a partir de un lenguaje en el que no creen, se han adherido a las cercanías de apoyo de las burocracias, como choferes, cargamaletas o golpeadores, para ganar un poco de prestigio, poder o dinero y, eventualmente, ascender en el escalafón de la corrupción. Generalmente todo mal habido. Aunque también tienen que maquillar su proceder y ofrecer servicios y ciertos “beneficios” al grueso de la base trabajadora usando un lenguaje reivindicativo y pomposo.

Uno quisiera creer, sumarse. Uno quisiera que la gente creyera que las cosas pueden ser distintas y actuar en consecuencia en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Pero pareciera que los signos de los tiempos es la trampa del individualismo desencantado. Por eso nos parece respetable la gente que, desde abajo, conserva una esperanza y sigue buscando, e intentando construir, una Patria diferente en los sindicatos, los ejidos, las escuelas, los barrios, los partidos políticos. Es admirable conductas honestas, que las hay y son muchas, en medio de la nada, del desaliento y la necia realidad que nos obsequia personajes de la política o el sindicalismo cada vez peores, cada vez más voraces.

Los sindicatos, más bien las burocracias parasitarias que los dirigen, se han convertido en expropiadores de las cuotas de los trabajadores y de otras prebendas económicas proporcionadas por el patrón o el Estado. Algo similar sucede en los partidos políticos. Son parte de una clase política y como tal han instaurado la antidemocracia y la opacidad en las organizaciones.

Los dirigentes se han eternizado en los cargos, la lista de nombres es larga, desde las pequeñas organizaciones gremiales hasta los sindicatos nacionales, la lista de nombres es larga. Sólo mencionemos algunos de los más corruptos y poderosos próceres de nuestra Patria: Romero Deschamps, Elba Esther Gordillo, Víctor Flores Olea, Juan Nicolás Callejas, Gutiérrez de la Torre. No se trata de individuos sino de clanes, sus hijos, esposas y amantes, entre otros, disfrutan de lo robado y contribuyen a la impunidad de sus caciques familiares. Hay otras listas que incluyen a gobernadores y expresidentes de nuestro país. La lista por obvia no la enumeramos.

Estas son algunas de las razones por las que muchos jóvenes pensantes y críticos se adscriben, con razón, a las propuestas anarquistas y de acción directa. En esta lógica el Bloque Negro seguirá irrumpiendo a lo largo de las movilizaciones sociales, más allá del acuerdo o no con sus organizadores y seguidores.

Uno quisiera que el epíteto y la descalificación gratuita no contribuyeran a síntomas de descomposición social que se manifiestan en brotes de violencia de diferentes naturalezas e intensidades. Las redes sociales están llenas de esa violencia a la que alegremente nos adscribimos con una olímpica inconciencia.

Pero hay quienes lo hacen con todo intecionalidad y conciencia, ay quienes saben que deben enrarecer el aire y crear confusión, para que no se vea como roban, saquean, aniquilan y desaparecen los recursos de la Nación. Usan a las agencias especializadas del Estado, como el CISEN, para seguir medrando y acumular incautos a su causa  que sin darse cuenta los defienden denostando cualquier posibilidad de cambio, ya sea por la vía de la movilización social o por medio de los procesos electorales. El triunfo más abyecto de los corruptos es que la gente común crea que todos son iguales. Que es lo mismo elegir a quien sea en cualquier ámbito de la vida política o social. Que en esa lógica se están poniendo en el mismo cajón que los asesinos, narcos, políticos corruptos, claro sin ninguna ganancia económica o simbólica. En las cuentas del ciudadano común todo son números rojos.

Los corruptos todavía, piden aplausos, alfombras de flores y cabezas gachas a su paso.

Por eso, nos parece, que hacer nuestro trabajo lo mejor posible, sobre todo los que atendemos directamente a niños o a los ciudadanos, por ejemplo, es una forma de contribuir a que este país transite hacia mejores escenarios. Pensar en el otro y servirle con lealtad es servirnos a nosotros mismos. A pesar de todo debemos estar convencidos que otro mundo es posible, que otra educación es posible, que otra forma de hacer política es posible, que…

Ojalá y podamos superar esta etapa de violencia exacerbada, de desconcierto, de desencanto. Pareciera que las cosas cambian y no cambian.

*Colaboración.